Antes de
hablar del convento de las Madres Clarisas de Monforte de Lemos, creo que es
una buena idea recordar los orígenes de esta orden.
Santa Clara,
la fundadora, nació en Asís, Italia, en 1193 o 1194. Su padre pertenecía a una
familia aristocrática. Pero Clara sacó su decidido carácter y su hondo
sentimiento cristiano de su madre, Ortolana, una dama entregada a la oración y
a las obras caritativas, y que peregrinó a Roma, a Jerusalén y a Santiago.
La
fraternidad creada por Francisco de Asís, llena de una intensa vocación
evangélica y que denunciaba las injusticias sociales, atrajo muchas vocaciones
a la Iglesia, y una de ellas fue la de Clara. En la Cuaresma de 1210, cuando
tenía 18 años, escuchó a Francisco predicando en la catedral. Su mensaje era
radical: para seguir a Cristo había que liberarse de las riquezas y bienes
materiales. Cuando oyó decir al inspirado orador “Este es el tiempo
favorable…es el momento…ha llegado el tiempo de dirigirme hacia El que me habla
al corazón desde hace tiempo…es el tiempo de optar, de escoger”…, Clara supo
sin género de dudas cuál era su camino. Pero su alcurnia iba a ser un gran
obstáculo para el proyecto de vida que había escogido, la castidad, la pobreza,
el ayuno y la oración. Mientras sus padres planeaban casarla ventajosamente,
Clara preparaba sus esponsales místicos con Cristo. Acudía secretamente a
escuchar al Poverello en la Iglesia de Santa María de los Angeles y,
finalmente, el Domingo de Ramos de 1211 (o bien de 1212), dio el gran paso. Delante
de los Hermanos Menores, Francisco cortó sus largos cabellos y la joven pudo
tomar el hábito, ingresando en el monasterio de San Pablo de las Abadesas. Lo
hizo sin dote alguna, contra la
costumbre de la época, como una humilde sierva.
Sus padres intentaron
disuadirla, haciéndole ver lo impropio de su situación, pero la decisión de
Clara era irrevocable. Más tarde se trasladó a otra comunidad de religiosas, la
del Santo Angel de Panzo, y allí la siguieron su hermana Inés y su prima
Pacífica. Su ejemplo cundió, pues luego se les sumaron Beatriz, la hermana
pequeña, y la madre, ya establecidas como Damas Pobres en la pequeña iglesia de
San Damián, que había sido restaurada
por Francisco.
Tras conseguir que el Papa Inocencio III les concediese el
privilegio de pobreza, hicieron de la limosna y de la sencillez de vida el
núcleo de su fervor religioso, intentando imitar en todo a sus hermanos
franciscanos. Pronto se las conoció como Clarisas. Pero Clara daba ejemplo
constante de humildad, sacrificio, mortificación y maternal preocupación por
sus hermanas. Hacía gozosa los trabajos más humildes y penosos. La pobreza para
ella siempre fue un modo de descansar en la providencia divina, una vida
desapegada de todo lo que no fuera Dios.
En el silencio de la noche oraba
intensamente y gozaba en la meditación eucarística. Como abadesa de San Damián, cargo que ejerció
a su pesar durante 40 años, Clara redactó la regla de la comunidad, que fue
aprobada por el papa Inocencio IV. Este la acompañó en sus últimos momentos.
Falleció en 1253, después de 27 años de una dolorosa enfermedad. La santa
dijo:”Desde que me dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro
Señor Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman sino que me
consuelan”.
En
reconocimiento de su carisma y sus numerosos milagros, fue canonizada solo dos
años después, en 1255. Su cuerpo incorrupto y muchas reliquias suyas se
conservan en la Basílica de Santa Clara en Asís. Su festividad se celebra el 12
de agosto. Actualmente hay unos 1250 conventos de Clarisas, que albergan a unas
18.000 hermanas.
Fuentes
consultadas:
-Santa Clar
de Asís, por Isabel Orellana Vilches, en Zenit.org
-Santa Clara
de Asis, en Biografías y vidas
-Santa Clara
de Asís. Un a forma de vida. Siervas del Corazón Traspasado de Jesús y María