viernes, 19 de septiembre de 2014

LOS CONDES DE LEMOS Y EL CONVENTO DE SANTA CLARA


Estoy seguro de que muchos de los viajeros que cada año se acercan a Monforte de Lemos se preguntan por la razón de  que en una ciudad  que actualmente no es pujante ni destaca por su poderío económico o cultural se hubiesen erigido tan importantes monumentos, destacables no solamente por sus méritos arquitectónicos, sino también por las notables obras de arte conservadas en su interior: libros, pinturas, esculturas, retablos y muestras de todas las expresiones artísticas en las que el ser humano ha empeñado su ingenio a lo largo de los siglos.
Cristo yacente de Gregorio Fernández, uno de los tesoros de Monforte
Como en tantas otras ocasiones, es la Historia la que nos proporciona la respuesta y, como igualmente suele ocurrir, son familias y personas concretas los artífices de todo ello. En nuestro caso, se trata de los Condes de Lemos, noble familia gallega que en el pasado destacó en los ámbitos militar y político, y alguno de cuyos miembros más sobresalientes tuvieron especial cuidado e interés en enriquecer el solar de sus mayores con obras que han perdurado, inmunes al paso del tiempo.
Si la fundación del Convento de Nuestra Señora de la Antigua (conocido como de la Compañía) se debe al que fue Arzobispo de Sevilla, el Cardenal Don Rodrigo de Castro, el Convento de Santa Clara, al que ahora prestaremos mayor atención, tuvo su origen en los desvelos de personajes no menos principales, el matrimonio formado por Don Pedro Fernández de Castro y su esposa Doña Catalina de la Cerda y Sandoval. Aunque no esta claro si el primero fue natural de Monforte, no cabe duda del cariño que sintió por estas tierras, siendo la mayor muestra del mismo el hecho de que cuando los avatares de la política le hicieron caer en desgracia, optó por retornar a ellas en busca de sosiego. De sus profundas convicciones religiosas da cuenta la institución de dos conventos, los de San Jacinto y Santa Clara. Hoy se mantiene el segundo, al cual dedicaron una parte importante de sus recursos y destinaron la ingente cantidad de obras de arte sacro que fueron reuniendo a lo largo de sus vida.

Don Pedro Fernández de Castro Andrade y Portugal, VII Conde de Lemos, IV Marqués de Sarria, V Conde de Villalba, tercero de Andrade y Grande de España nació en 1.576. Los eruditos están divididos acerca del lugar en el que vio la primera luz: unos lo sitúan en Madrid y otros en Monforte. Lo que sí es seguro es que pasó parte de su infancia y primera  juventud en la segunda ciudad, e incluso se dice que fue alumno del colegio de los Jesuitas, al que se ha hecho alusión en el párrafo anterior. Era hijo de Fernando Ruiz de Castro y sobrino del Cardenal Don Rodrigo. Tras cursar estudios en la Universidad de Salamanca, se incorporó a la Corte, donde tuvo como secretario nada más y nada menos que a Lope de Vega (en su comedia “El mejor alcalde, el Rey” dice:
Ser Castro en sangre
y de Galicia si no es
lo más, es lo más grande).
En 1.598 contrajo matrimonio con su prima Catalina de la Cerda y Sandoval, hija de los Marqueses de Denia y Duques de Lerma Don Francisco Rojas (primer ministro de Felipe III ) y Doña Catalina de la Cerda, que fue camarera de la Reina Margarita. Es muestra del prestigio del de Lemos su presencia en Valencia, cuando el monarca acudió, junto con un séquito de 800 personas a recoger a su esposa, con la que había contraído matrimonio por poderes en Ferrara.
Tras suceder en 1.601 a su padre en el título de Conde de Lemos, es nombrado presidente del Consejo de Indias, cargo que desempeñó entre 1.603 y 1.610. Su éxito le granjeó algunas enemistades,- como las de su cuñado el Marqués de Uceda, así como la de una persona muy allegada a su suegro, Pedro Franqueza, Conde de Villalonga-, que le propiciaron reveses políticos. Por causa de uno de ellos, en 1.607  pasó varios meses en Monforte. De su estado de ánimo dan idea los siguientes versos:
¿Cómo podré prevenirme
contra el mal de mi desdicha,
si con el bien de mi dicha
apenas puedo avenirme?
Dexe ya de combatirme
el esperar y el temer
la esperanza que he tenido
pues sobre haberla perdido,
 no tengo ya que perder.
Sirvan los anteriores versos para poner sobre aviso al lector acerca de los gustos literarios del personaje cuya biografía apenas se esboza en este texto. Se reflejó en obras literarias, algunas de las cuales serán citadas más adelante, y en la amistad con los más preclaros literatos de su tiempo.
Fue nombrado Virrey de Nápoles en 1.608, dos años antes de que comenzara su mandato. De su séquito destacan tanto los que los integraron (los hermanos Argensola, por ejemplo) como los que en tierra se quedaron, defraudados en sus expectativas. Es muy conocida la decepción de Cervantes (que acudió a Barcelona al encuentro del Conde para mover su favor sin conseguirlo), pero fue Góngora el que mejor la expresó:
El conde, mi señor, se va a Nápoles,
Y el duque, mi señor, se va a Francia
Príncipes, buen viaje, que este día
Pesadumbre daré a unos caracoles.
En Nápoles, Don Pedro fundó una academia literaria (“La Academia degli oziosi”) que reunió a lo más granado de la intelectualidad. Los historiadores destacan los logros alcanzados durante su mandato, los cuales tampoco le libraron de las envidias y recelos cortesanos, hasta el punto de que al finalizarlo, no esperó a su sustituto, el Duque de Osuna, sino que encargó a un subordinado del traspaso de poderes. Por aquel entonces recibió la noticia de que Cervantes le había dedicado la segunda parte del Quijote.
De vuelta en España es nombrado Presidente del Consejo de Italia, pero las intrigas palaciegas contra su suegro y contra él mismo, urdidas por sus propios cuñados y por Gaspar de Guzmán (el que más tarde sería el Conde-Duque de Olivares), precipitaron su caída en desgracia. En 1.618 se retiró a su palacio monfortino. Durante este tiempo se dedicó al cuidado de sus estados y destacó en la defensa de su tierra, reclamando el voto en Cortes para Galicia. No en vano fue incluido por Castelao entre los gallegos ilustres en su famoso discurso “Alba de groria” . En la misma línea se sitúa su obra “El búho gallego”, en la que intenta combatir la mala fama y mofas que sufríamos los gallegos  en aquel tiempo. Un ejemplo: estos versos de quien gozó de la amistad del Conde, Don Luis de Góngora:
¡Oh montañas de Galicia,
cuya, por decir, verdad,
espesura es suciedad,
cuya maleza es malicia,
tal que ninguno codicia
besar estrellas pudiendo,
antes os quedáis haciendo
desiguales horizontes:
al fin, gallegos y montes
nadie dirá que os ofendo!
Don Pedro falleció en Madrid en 1.622. Su viuda cumplió su voluntad y sus restos fueron traídos a Monforte.

Catalina De la Cerda y Sandoval nació el 17 de septiembre de 1.580. Hasta que contrajo matrimonio con su primo el Conde de Lemos, el día 6 de noviembre de 1.598, permaneció en el seno de su familia. Por esa época le fue transmitido el título de Marquesa de Denia. Cuando contaba con treinta años de edad se trasladó a Nápoles con su esposo, no sin antes intentar por primera vez la fundación de un convento de monjas en Monforte, para lo cual deseaba contar con Sor Anastasia de la Encarnación, abadesa en Lerma. Diversas circunstancias impidieron su propósito, haciendo que tuviera de dejarlo para mejor ocasión. Durante su estancia en Italia destacó por sus numerosas obras de caridad con enfermos y necesitados. Allí trató con importantes franciscanos, entre los que destaca el Padre Juan de Nápoles, que después llegó a ser General de la Orden.
A su vuelta a España, Dª Catalina  intentó de nuevo la fundación de su ansiado convento monfortino, pero esta vez fue la oposición de su hermano, que impidió el traslado desde Lerma de las monjas encargadas, lo que volvió a frustrar sus intenciones. No obstante, su perseverancia fue premiada finalmente el día 31 de mayo de 1.622, fecha en la que la Madre Sor Anastasia de la Encarnación y sus compañeras iniciaron el viaje a Monforte, con escala en Carrión de los Condes para visitar  a la Madre María Luisa, que gozaba de justa fama  de virtud. Después, los acontecimientos se desarrollaron con rapidez: el 15 de junio arribaron a la ciudad del Cabe; el día 22 se inauguró el convento en su sede provisional de la Rúa Falagueira, con presencia de las más altas autoridades religiosas y de numerosos nobles y personas principales; el día 27 ingresaron en él las primeras novicias, de las cuales debe destacarse a  Dª  Juana de Victoria, de cinco años de edad. Después Dª Catalina se vio conmovida por dos sucesos luctuosos, el fallecimiento de su madre y, al poco tiempo, el de su esposo. Esto último la retuvo en Madrid durante algún tiempo. De vuelta a Monforte, diversas cuestiones familiares impidieron que cumpliese su deseo de abrazar la vida religiosa, hasta que en la noche del 24 al 25 de febrero de 1.633 fue recibida en el Convento como novicia. La víspera y el día de San Agustín, 27 y 28 de agosto de 1.634 profesó los votos con el nombre de Sor Catalina de la Concepción. Poco después, el 3 de septiembre, se colocó la primera piedra del nuevo edificio, que puede ser contemplado en la actualidad, si bien no fue ocupado hasta el 27 de agosto de 1.646. De él se destaca el Relicario, construido con la finalidad  de albergar las numerosas reliquias atesoradas por los condes durante sus viajes, movidos por lo que se dio en llamar “santa avaricia”. Su dedicación a la vida contemplativa fue completa hasta el día de su fallecimiento, acaecido el 14 de marzo de 1.648. Recibió sepultura en el panteón de religiosas del Convento.


No se ha tratado aquí de realizar una completa biografía del Don Pedro y Doña Catalina, pues el tema ha sido tratado por estudiosos de gran valía. Para los que quieran profundizar en ese estudio, se recomiendan los siguientes libros.
“Apuntes para la historia de Monforte de Lemos”, de Luis Moure-Mariño. Xunta de Galicia, 1.997.
“Pedro Fernández de Castro. O Gran Conde de Lemos”, de Mónica Martínez García. Xunta de Galicia, 2.005.
“Memoria sobre la vida de fundadora del convento de franciscanas descalzas de la ciudad de Monforte y monja del mismo, Excma. Señora Doña Catalina de la Cerda y Sandoval escrita por una religiosa del mismo convento”, Amigos del Patrimonio de Lemos, 2005.

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